Integrando una identidad adulta en una sociedad pospandemia
Guionistas de su propio camino
En las sociedades occidentales, la transición a la edad adulta ha cambiado. Hace 40 años, ser adulto venía pautado por una secuencia de roles predominantes, como tener un trabajo estable, emanciparse, casarse y tener hijos. Una serie de cambios socioculturales recientes han hecho que ese modelo tradicional de transición a la edad adulta se haya abandonado, sustituido por un camino más incierto y prolongado, en el que los jóvenes pasan años sin llegar a considerarse plenamente adultos (Arnett, 2004). Concretamente, en España, la transición democrática, la revolución digital, la crisis financiera del 2008, la cultura del bienestar y la actual pandemia del COVID-19 son algunos hechos que han marcado a las generaciones recientes de jóvenes (Simón et al., 2020).
Hoy día, por “juventud” se entiende una realidad flexible, compleja y fluida que deriva en múltiples trayectorias y formas de interacción (Simón et al., 2020). Entre los jóvenes, la secuencia lineal tradicional de salir de casa de los padres, alcanzar la independencia económica, casarse y formar una familia no solo ha dejado de ser la norma, sino que es vista con cierto rechazo. Conciben el significado de “ser independiente” de manera distinta a sus antecesores, buscando nuevas formas de adquirir su propia autonomía e identidad. Para ellos, el futuro está marcado por posibilidades ilimitadas, grandes expectativas y numerosas oportunidades para prosperar (Arnett, 2000). La juventud se ha convertido en una etapa de exploraciones, especialmente en áreas como el amor y el trabajo, en la que los jóvenes aprenden más sobre sí mismos y lo que quieren en la vida (Jay, 2016). Incluso se ha llegado a mencionar que, más allá de la infancia, no existe otra etapa del curso de la vida en la que se experimenten cambios tan dinámicos y complejos a nivel personal, social y emocional (Wood et al., 2018). Desprendidos de las normas tradicionales que siguieron sus padres, los jóvenes buscan sus propios estándares de autosuficiencia, más orientados hacia lo que ellos quieren que a lo que “les toca hacer”.
A pesar de ser una etapa de oportunidades, los años de transición a la vida adulta están plagados de riesgos. El constante cambio en las esferas principales de su vida hace que este sea un período de inestabilidad; la exploración interminable de posibilidades y la acumulación de experiencias inconexas puede desencadenar en sentimientos de no pertenencia y ambigüedad (Jensen y Arnett, 2012). Desarticulada la estructura y rechazado el mapa que antes marcaba el camino, el proceso de transición requiere hoy día que los jóvenes actúen como guionistas de su propio camino. Es precisamente en ese protagonismo (también llamado “agencia”) donde se encuentra el aspecto más desafiante de esta etapa, pues los jóvenes de hoy dependen más que nunca de sus propios recursos, cualidades y habilidades, para hacer frente a un entorno incierto y cambiante (Lerner et al., 2015). Además, el énfasis en la autonomía individual lleva a que se deposite en cada joven la responsabilidad completa de las consecuencias de sus elecciones, generando ansiedad, miedo al fracaso y, en no pocos casos, una mayor dificultad para tomar decisiones.
Estos recursos personales e interpersonales, abundantes o no, son hoy el activo más valioso para navegar dicha transición y, más importante aún, construir en el proceso una identidad adulta. No es una tarea fácil. A la incertidumbre contextual propia de períodos de crisis económica y sanitaria, se suman la abundancia de alternativas, la presión de las expectativas propias y ajenas, y la falta de referencias normativas que ayuden a jerarquizar opciones y tomar decisiones.
En resumen, la transición a la edad adulta se ha vuelto más compleja y prolongada. Rechazado el guion tradicional que antes estructuraba y pautaba el camino, los jóvenes dependen más que nunca de sus propias capacidades para hacer frente a la incertidumbre y poner algo de orden en el caos que los rodea. Así, a la vez que son conscientes de las muchas oportunidades que se abren frente a ellos, perciben también riesgos que derivan en sentimientos de indecisión y ambigüedad.
Los agravantes de una sociedad pospandemia
La pandemia del COVID-19 ha agravado problemáticas ya existentes entre una juventud que, por la crisis del 2008, ya se enfrentaba con un panorama desfavorable, caracterizado por la emancipación tardía, el desempleo y la precariedad laboral, o el retraso en la natalidad. Como consecuencia, alrededor de un 40 % de los jóvenes españoles cree “poco o nada probable” encontrar trabajo en el próximo año y la esperanza de poder emanciparse pronto ha caído un 15 % respecto al año previo a la pandemia, a pesar de ser ya el país con la emancipación juvenil más tardía de Europa (con una media de 29,5 años vs. en la Unión Europea de 26,2 años) (Injuve, 2020).
Respecto al mercado de trabajo, en 2020 el INE registraba una tasa de desempleo del 40,1 % entre los menores de 25 años de ambos sexos. Con estas cifras, España lidera el marcador de Europa en desempleo juvenil, seguida de Grecia (35 %) e Italia (20,7 %) (Injuve, 2020). Como agravante, España se sitúa por encima del 20 % en su tasa de fracaso escolar en jóvenes de entre 18-24 años, siendo esta la más alta de la Unión Europea (Mapa del Abandono Educativo Temprano en España, 2021). Finalmente, alrededor de un 17 % de jóvenes entre 15 y 29 años son ninis: no encuentran trabajo, pero tampoco pueden permitirse estudiar (Encuesta de Población Activa, 2020).
Por último, los sentimientos de frustración e incertidumbre asociados se traducen en una falta de bienestar psicológico. A nivel global, la generación actual de jóvenes es la que presenta mayor prevalencia de padecimientos relacionados con la salud mental. En 2014, la Organización de las Naciones Unidas ya advertía que el 20 % de la juventud mundial padecía de alguna condición asociada a la salud mental. Actualmente, la depresión es la primera causa de incapacidad, y el suicidio, la segunda causa de muerte de los jóvenes entre 15 y 29 años (OMS, 2020). A pesar de que el 50 % de las enfermedades mentales comienzan a gestarse a los 14 años, el 75 % de ellas se desarrollan en torno a los 24 años (National Alliance on Mental Illness, 2021). En España, el número de muertes por suicidio creció un 3,7 % en 2019 con respecto al año anterior y se mantiene como la tercera causa de muerte en jóvenes de entre 15 y 29 años (INE, 2019). La ansiedad es el problema de salud mental más frecuente, afectando al 6,7% de la población española (8,8 % en mujeres y 4,5 % en hombres) (ENSE, 2017). En las mujeres de 20 a 29 años, la prevalencia oscila entre 63,6 % y 81,9 %, y en hombres del mismo rango de edad, entre 35,2 % y 46 % (Base de Datos Clínicos de Atención Primaria, 2020).
Al ser la juventud un momento crítico, las experiencias positivas y negativas no solo se limitan a “un mal día”, sino que están permeando en la formación de su identidad y desarrollo posterior en la vida adulta. El estrés, ansiedad o depresión son reacciones que, al emerger con intensidad, constituyen un factor de riesgo importante en esta etapa del desarrollo. Interfiere en su estado emocional y motivacional, en la forma de desenvolverse consigo mismos y con los demás, y en el funcionamiento adecuado en las tareas de cada día.
La dificultad de encontrar un trabajo estable, la emancipación tardía, el fracaso escolar y los padecimientos de salud mental son complicaciones que añaden más incertidumbre a un proceso de transición ya incierto en sí mismo. Frente a este panorama, los jóvenes se enfrentan a una triple problemática: (1) la de la propia transición a la vida adulta, (2) los agravantes de una sociedad pospandemia, y (3) depender de sus propias capacidades para afrontar la incertidumbre. ¿Cómo pueden sobrellevar las adversidades y construir una identidad adulta en un contexto históricamente distinto y actualmente tan arduo e incierto?
Un portafolio individual para el desarrollo de la identidad
Para intentar ofrecer una propuesta a este interrogante, es necesario comprender dos aspectos clave: el proceso de formación de la identidad y el concepto de agencia.
Comprender quién soy y cuál es mi lugar en el mundo es el principal reto con el que se enfrentan los jóvenes. Aquellos con un “yo” más integrado son más propensos a entablar relaciones interpersonales maduras y asumir de forma exitosa los roles adultos (Schwartz et al., 2012). No obstante, la identidad es algo que se experimenta individualmente, pero se valida socialmente (Widick et al., 1978). Es decir, uno actúa en función de cómo se percibe a sí mismo, pero de igual forma ese comportamiento necesita ser confirmado por otros cuando se pone en práctica. Así, la identidad se va forjando a través de un proceso continuo de exploración (de alternativas, roles, conductas, posibilidades y actividades) y de compromiso (inversión personal de tiempo y esfuerzo) (Marcia, 1966). Es en el continuo intercambio de experiencias y compromisos, personales e interpersonales, donde se va construyendo la identidad. Sería un error pensar que uno desarrolla primero su identidad (interno, personal) y luego actúa en función de ello (externo, interpersonal).
Para ello, es necesario que la persona actúe y sea agente de su propio camino. En sociología existe un debate continuo sobre el papel de la estructura y la agencia en el comportamiento humano. Es decir, ¿somos producto de nuestro contexto e instituciones (estructura) o de nuestras elecciones libres (agencia)? Hoy día, ante la falta de estructura y roles que antes trazaban el camino hacia la edad adulta, el énfasis se ha puesto en el individuo (agencia) como protagonista responsable de la situación en la que se encuentra.
Aclarados los conceptos de identidad y agencia, se pone de manifiesto el papel fundamental que tienen los recursos psicológicos (cognitivos, emocionales y sociales) para sobrellevar las adversidades propias de la transición a la edad adulta. En pocas palabras: la clave está en incrementar el capital de identidad. Esto es, un portafolio de metahabilidades que favorezca un mejor desempeño individual y relacional, y que resulte en factores protectores que faciliten la autonomía, la toma de decisiones y el compromiso en las relaciones interpersonales. De la misma manera que buscamos encontrar una estabilidad a través de un capital económico (un conjunto de bienes necesarios para producir riqueza), un capital de identidad (un conjunto de recursos necesarios para construir identidad) brindará funcionalidad al adulto emergente en esta sociedad determinada (Côté, 2016).
El capital de identidad no se desarrolla automáticamente con la edad. Erróneamente, podría pensarse que a medida que uno envejece se vuelve más maduro y con mejores recursos; sin embargo, el paso de los años no produce en sí mismo un cambio en el desarrollo de estrategias ni en conductas asociadas a un mayor bienestar (De la Fuente et al., 2020). Para nutrir ese capital de identidad es necesario que los recursos psicológicos sean puestos en práctica con el otro. Utilizando la resiliencia como ejemplo, para desarrollar la capacidad de sobreponerse a la adversidad, el joven deberá explorar diferentes modos de enfrentarse a ella, y después elegir comprometerse con la estrategia más apropiada, poniéndola en práctica en su día a día. Por más que el suceso desagradable se haya experimentado individualmente, no es algo que se ejercite en soledad. Y será a través de la retroalimentación propia y de otros donde el individuo podrá confirmar lo resiliente, reflexivo o autorregulado que es.
En definitiva, esto supone un replanteamiento. Antes, la transición a la edad adulta era una “agencia estructurada”, pues los roles y normas a seguir estaban pautados. Uno actuaba (agencia) siguiendo esa “guía social” que indicaba el camino correspondiente (estructura). No obstante, ante la falta de un marco normativo que dirija la conducta, la propuesta que se ofrece en este artículo es un cambio de perspectiva de una “agencia estructurada” a una “agencia estructurante” en la que el individuo mismo es quien genera la estructura. La estructura se vuelve resultado de la agencia, más no condición para ella. Las referencias externas siguen siendo igualmente importantes, pero en vez de estar marcadas de manera estructurada, ahora se encuentran marcadas por uno mismo. Al fomentar un capital de identidad, se podrá consolidar una agencia estructurante que favorezca el crecimiento y prosperidad en los jóvenes actuales.
Conclusión
Hoy más que nunca se requiere que los jóvenes ejerzan una agencia activa en su propio desarrollo. Instalarse en la incertidumbre del caos que los rodea es el mayor riesgo que los jóvenes corren, pues no logran desplegar aquel potencial necesario para su vida como adultos. Comprender el escenario adverso sobre el cual la juventud se desenvuelve hoy día permite dirigir la mirada a nuevos recursos que promuevan una transición más favorable.
Como período crítico en el desarrollo individual, el apoyo hacia este colectivo debe enfocarse en facilitar el desarrollo interno brindando una cierta guía y dirección que dé cauce a la incertidumbre que enfrentan. Para facilitar este camino se necesita una visión multidisciplinar que se enfoque en el fortalecimiento psicológico del individuo, pero también socialmente mejorando las instituciones y políticas que puedan brindar la orientación o guía para su desarrollo. Ambos enfoques son necesarios y el capital de identidad es una propuesta que integra lo individual y lo social. Como se ha visto, la respuesta no está en dejar de lado por completo a aquella estructura normativa que orienta el proceso de desarrollo, sino en reformularla para que esté al servicio de potenciar al individuo, sin abandonarlo en la lucha por encontrar un lugar en el mundo. Una mayor comprensión de los factores involucrados en trayectorias exitosas e identidades favorables dará luz a mejores recursos para que los jóvenes puedan enfrentarse a la adversidad tan propia de su generación.
Claudia López-Madrigal y Javier García-Manglano
Referencias
- Arnett, J. J. (2000). “Emerging Adulthood. A Theory of Development from the Late Teens through the Twenties”. The American Psychologist, 55(5), 469-480.
- Arnett, J. J. (2004). Emerging Adulthood. The Winding Road from the Late Teens through the Twenties. Oxford University Press.
- Côté, J. (2016). “The Identity Capital Model: A Handbook Of Theory, Methods, And Findings”. Sociology Publications, 38.
- Instituto Nacional de Estadística (INE) (2020). Encuesta de Población Activa.. INE.
- Jay, M. (2016). La década decisiva. Por qué son importantes los veinte años y cómo sacarles el máximo partido ahora. Ediciones Palabra.
- Jensen, L. A., y Arnett, J. J. (2012). “Going Global: New Pathways for Adolescents and Emerging Adults in a Changing World”. The Journal of Social Issues, 68(3), 473-492.
- Lerner, R. M., Lerner, J. V., Bowers, E. P., y Geldhof, G. J. (2015). “Positive Youth Development and Relational-Developmental-Systems”, en W. F. Overton (ed.), Handbook of Child Psychology and Developmental Science: Theory and Method (vol. 1, 607-651). John Wiley & Sons Inc.
- Marcia, J. E. (1966). “Development and validation of ego identity status”. Journal of Personality and Social Psychology, 3(5), 551-558.
- National Alliance on Mental Illness (NAMI) (2021). About Mental Illness. NAMI.
- Organización Mundial de la Salud (OMS) (2020). Desarrollo en la adolescencia.OMS. https://www.who.int/maternal_child_adolescent/topics/adolescence/dev/es/.
- Schwartz, S. J., Donnellan, M. B., Ravert, R. D., Luyckx, K., y Zamboanga, B. L. (2012). “Identity Development, Personality, and Well-Being in Adolescence and Emerging Adulthood”. Handbook of Psychology (2.ª ed.).
- Simón, P., Clavería, S., García, G., López Ortega, A., y Torre, M. (2020). Informe Juventud en España. Instituto de la Juventud (Injuve).
- Widick, C., Parker, C. A., y Knefelkamp, L. (1978). Erik Erikson and psychosocial development. New Directions for Student Services, 4, 1-17.
- Wood, D., Crapnell, T., Lau, L., Bennett, A., Lotstein, D., Ferris, M., y Kuo, A. (2018). Emerging Adulthood as a Critical Stage in the Life Course, en N. Halfon, C. Forrest, R. Lerner y E. Faustman (eds.), Handbook of Life Course Health Development, 123-143). Springer.