¡Eso es cosa de chicas! Los estereotipos de género como amenaza para una escuela inclusiva
La escuela es, además del contexto en el que los niños y niñas desde pequeños aprenden los contenidos que el currículo oficial determina como útiles, un lugar privilegiado para aprender a relacionarse con otros niños y niñas. Las relaciones entre iguales se convierten así en un laboratorio en el que experimentar habilidades tan importantes como la resolución de conflictos, el respeto, la asertividad, la prosocialidad, saber ponerse en el lugar del otro, etc. Además, son una fuerte básica para el desarrollo moral y de valores. Pero en este laboratorio también se pueden desarrollar pautas de relación inadecuadas y dañinas, al basarse en esquemas de dominio y sumisión, o incluso de aprendizaje e interiorización de prejuicios hacia el que es diferente, ya que en muchos casos se reproducen pautas de relación que observan en los adultos, bien en casa, bien en la calle, o bien en los medios de comunicación e internet. Uno de los ejemplos más dramáticos del desarrollo de pautas inadecuadas de relación es la alta incidencia de los casos de acoso escolar y ciberacoso, que lejos de disminuir, parecen aumentar.
Otro de los riesgos que tiene el desarrollo de pautas de relación inadecuadas entre iguales, es el que se reproduzcan y perpetúen las diferencias de género. Y no hablamos de un tema menor. Ya las Naciones Unidas recogen este tema en dos de sus objetivos de desarrollo sostenible. En el objetivo 4, Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos, una de las metas, concretamente la 4.a, alude a construir y adecuar instalaciones educativas que tengan en cuenta las necesidades de los niños y personas con discapacidad y las diferencias de género, y que ofrezcan entornos seguros, no violentos, inclusivos y eficaces para todos.
Y en el objetivo 5, Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y niñas, la meta 5.c es aprobar y fortalecer políticas acertadas y leyes aplicables para promover la igualdad de género y el empoderamiento de todas las mujeres y niñas a todos los niveles
No parece discutible la afirmación de que la escuela juega un papel relevante en las posibilidades de alcanzar estos dos objetivos. En este artículo queremos compartir los resultados que hemos encontrado en nuestras investigaciones sobre las relaciones entre iguales en la escuela desde una perspectiva de género.
La escuela es el lugar donde niños y niñas establecen sus primeras relaciones de amistad. Los amigos y las amigas aportan elementos tan importantes como la compañía, la diversión, la información, son fuentes de intimidad y afecto, y aportan seguridad emocional al enfrentarse a situaciones nuevas. La investigación sobre el desarrollo de la amistad en la edad escolar demostró hace tiempo que los niños y niñas, a partir del ingreso en la educación primaria, tienen a buscar amigos y amigas de su mismo sexo, y además la amistad se entiende de manera diferente según sea entre niños o entre niñas. En el caso de ellas, las relaciones son más intensas que extensas, prefiriendo tener pocas amigas pero estables en el tiempo, y con las que se mantienen relaciones horizontales de igual a igual. En cambio, los chicos suelen establecer relaciones más extensas que intensas, es decir, con muchos amigos pero sin profundizar demasiado, siendo las relaciones más jerarquizadas. Posiblemente esto sea una de las causas (no la única) de la fuerte tipificación de los roles de género, que tiende a consolidarse durante la escolaridad obligatoria. Parece necesario que, desde edades tempranas, se desarrollen acciones para romper el proceso de la tipificación de género que se produce gota a gota desde diferentes estamentos: familia, medios de comunicación, estilos musicales, e incluso desde la propia escuela. Algunos autores han demostrado que existe profesorado que actúa con el alumnado en función de los estereotipos de género, alabando a los chicos por sus logros y competencias, y a las chicas por su buen comportamiento y prosocialidad. Lógicamente, esto refuerza la tipificación que desde edades tempranas se produce en la propia familia, en la que los padres tienden a generar expectativas diferenciadas dependiendo de si sus hijos son chicos o chicas.
Todo esto refuerza las diferencias comportamentales entre niños y niñas. Si se analiza la reputación social de chicos y chicas las diferencias sueles ser abismales. La reputación social suele ser una medida con una gran validez ecológica, ya que se define el perfil comportamental a partir de las descripciones de sus compañeros y compañeras de clase. Así, por ejemplo, una pregunta típica de una prueba para medir la reputación social sería: ¿Quién es el compañero o compañera de tu clase que destaca por…(y aquí se puede repetir la pregunta con diferentes atributos: ser agresivo/a, ser tímido/a, estar triste, ser inmaduro/a, ayudar a los demás, etc.). Habitualmente estas pruebas dan un perfil basado en cuatro factores: sociabilidad, agresividad, inmadurez y aislamiento. Suele haber coincidencias en todos los estudios que analizan la reputación social en función del género, pues se encuentra que las chicas puntúan mucho más alto que ellos en sociabilidad, y ellos destacan sobre ellas en agresividad e inmadurez, no encontrándose diferencias significativas en el factor de aislamiento. Todas estas diferencias comportamentales se mezclan con las expectativas y estereotipos de género, lo que puede poner en riesgo la equidad educativa y la igualdad de oportunidades, pues puede haber opciones forma que se ajusten mejor a los chicos que a las chicas, o viceversa.
Y así, llegamos a la adolescencia
Todo lo que hemos comentado anteriormente, y que sucede desde edades tempranas, hace que los jóvenes lleguen a la adolescencia con un bagaje considerable de estereotipos diferenciados, lo que va a modular las relaciones que se establecen en esta etapa. Además, la llegada a la adolescencia suele coincidir con cambios de nivel educativo que conllevan muchas veces cambios de centros y por lo tanto conocer nuevos compañeros y compañeras con los que relacionare. El que esto escribe no está de acuerdo con las descripciones de la adolescencia como una etapa terrorífica, pero sí es cierto que es una etapa sensible del desarrollo por muchos motivos. Y algunos de ellos tienen que ver con las relaciones entre iguales. El primer motivo tiene que ver con el hecho de que la llegada a la adolescencia conlleva un distanciamiento de los adultos de referencia, y una mayor influencia del grupo de iguales. El segundo motivo tiene que ver los conflictos, ya que en la adolescencia todo suele sobredimensionarse, se busca el riesgo y el reto a los límites impuestos. Y el tercer motivo es que dentro de las relaciones con los iguales, las de tipo afectivo-sexual cobran especial relevancia. En un estudio que hemos realizado sobre relaciones diádicas hemos analizado las relaciones que se establecen entre dos compañeros o compañeras, y que pueden ser reciprocidades positivas (yo elijo a alguien que me elige a mí también), reciprocidades negativas (yo rechazo a alguien que me rechaza a mí también) o sentimientos opuestos (yo elijo a alguien que me rechaza o viceversa). Nuestros resultados encontraron que, sobre todo en el caso de los chicos, aumentan las reciprocidades negativas con otros chicos, y los sentimientos opuestos con chicas, sobre todo porque los chicos eligen a chicas que los rechazan. Que los chicos quieren estar con chicas que los rechazan tiene su explicación. Como vimos anteriormente, los chicos suelen ser más inmaduros que las chicas, y además tienes más dificultades para interpretar las señales sociales. Y si esto sucede con jóvenes que han interiorizado patrones de relación con el otro género basado en esquemas de dominio, tendremos el germen de una relación sentimental insana, por utilizar un adjetivo suave.
Y es que chicos y chicas van diferenciándose en sus roles de género, y cuanto más diferentes se perciben, más difícil es que se establezcan relaciones basadas en la igualdad de género. Y es que, además, la diferenciación se da más en los chicos que en las chicas. En un estudio que hemos desarrollado recientemente con alumnado de educación secundaria obligatoria, de entre 12 y 16 años, utilizamos la prueba de reputación social, pero no para pedir que definan a compañeros y compañeras individualmente, sino para pedirles que atribuyan características a un género u otro. Así, les pedimos que nos dieran su opinión sobre si una característica determinada (pe: estar siempre triste, prestar ayuda cuando alguien lo necesita, que se comporta de modo infantil, etc.) era más de chicos, más de chicas o si no había diferencias. Nuestros resultados encontraron que mientras las chicas tienden a describir muchas características como de ambos sexos, los chicos tienden a atribuir las características a un género u otro. Esto significa que los chicos tienden a diferenciarse en mayor medida de las chicas que éstas de ellos. Pero el resultado más preocupante es cuando comparamos los resultados encontrados entre los más jóvenes, 12-13 años, con los mayores, de 15-16 años. Aquí pudimos comprobar que tanto chicos como chicas tienden a diferenciarse más del otro género según van creciendo. Parece necesario redoblar los esfuerzos en las políticas de igualdad, para evitar que esto suceda. Y es que para que la educación sea inclusiva e igualitaria, además de tratar a ambos géneros de la misma manera, es necesario que se perciban entre ellos como iguales, no como diferentes.
Eduardo Martín Cabrera
Universidad de la Laguna_Profesor Titular del Área de Psicología Evolutiva y de la Educación