Sexualidad y discapacidad: Una perspectiva educativa
Mucho más que relaciones sexuales
La sexualidad sigue siendo un enorme tabú en nuestra sociedad. Un tabú que lleva, incluso, a malentender y limitar el propio término haciendo un uso inadecuado del mismo.
La mayoría de las consultas en torno a sexualidad y discapacidad (física, psíquica o sensorial) [1] giran en torno a la masturbación (Walsh y Phty, 2000). Sin embargo, la sexualidad y su educación abarca un espectro mucho mayor que también debería recibir su correspondiente atención.
La OMS define la sexualidad como:
“…un aspecto central del ser humano, presente a lo largo de su vida. Abarca al sexo, las identidades y los papeles de género, el erotismo, el placer, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual. Se vivencia y se expresa a través de pensamientos, fantasías, deseos, creencias, actitudes, valores, conductas, prácticas, papeles y relaciones interpersonales. La sexualidad puede incluir todas estas dimensiones, no obstante, no todas ellas se vivencian o se expresan siempre. La sexualidad está influida por la interacción de factores biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales, éticos, legales, históricos, religiosos y espirituales».
En una reciente entrevista [2] Carlos de la Cruz habla de 3 registros. Cómo somos; registro anatómico-fisiológico (el cuerpo y su funcionamiento en la reproducción, placer, etc.). Cómo vivimos; identidad de género (hombre, mujer o persona no binaria con sus matices) y orientación sexual (heterosexual, homosexual, bisexual, asexual, etc.). Y cómo nos expresamos, registro de los deseos, fantasías y conductas, todo un repertorio que puede ser individual o compartido con otras personas.
No hay una sexualidad única, hay sexualidades diversas.
Sexualidades diversas, sexualidades como todas [3]
Las personas con discapacidad presentan las mismas necesidades sexuales que el resto de la población, pero pueden encontrar dificultades para resolverlas (López Sánchez, F., 2012).
Unas dificultades que se incrementan por los prejuicios y desconcierto de las familias a la hora de afrontar la sexualidad de sus hijos o hijas; y por la falta de aceptación social ante esta realidad “conllevando la creación de un sinnúmero de mitos y tabúes en torno a la salud sexual y reproductiva de ellos” (Vélez Laguado, 2006).
No es raro escuchar hablar de un conocido con discapacidad que, sin pudor, se toca cuando le apetece; o, por el contrario, de esa madre que cuenta cómo su hijo es “un ángel sin sexualidad”. Sin embargo, no todas las personas con discapacidad se tocan en cualquier parte ni tampoco se transforman en ángeles del cielo bendecidos por la ausencia de apetencia sexual [4].
Estos estereotipos, así como la creciente inclusión de los jóvenes con discapacidad en los centros educativos evidencian la necesidad de informar a padres y profesores (Cariote, E., 2012) dotándolos de las herramientas y estrategias suficientes para poder ofrecer una adecuada educación sexual que llevará consigo una mejora en su calidad de vida y, por ende, en sus ocho dimensiones [5]: bienestar emocional, material, físico, relaciones interpersonales, inclusión social, desarrollo personal, autodeterminación y derechos (Schalock y Verdugo, 2013).
Si no hay discusión respecto a la importancia de la educación sexual de los y las jóvenes en general, tampoco ha de haberla en el caso de jóvenes con discapacidad, partiendo de la premisa de que todos y todas somos seres sexuados, aunque vivamos la sexualidad cada uno o una a su manera. Como bien señala Ripollés (2018), “no existe una sexualidad única, sino que somos tantas sexualidades como personas”.
Por ello, la educación sexual deberá adaptarse en cada caso y dotar de recursos a aquellas personas que no puedan expresarse, permitiendo que cada uno “tenga la erótica que nace de él, no la que le venga impuesta, esto es actuar con coherencia y evitar forzar obediencias” (Gómez, De Turia, y Cuñat, E. H., 2005). Para todo ello precisamos de mucha educación (sexual).
Una educación necesaria
Monroy (1980) nos dice que la sexualidad se inicia desde que nacemos, así como su educación. Las caricias y cuidados que ofrecemos al bebé tienen un impacto en su desarrollo emocional que afecta directamente a su sexualidad. Por ello, la educación sexual, tal y como recalca De la Cruz (2022), debería ser proactiva, es decir, no esperar a que haga falta como respuesta a una situación problemática. Especialmente en el caso de jóvenes con discapacidad, en los que no es raro encontrar dificultades en la petición de necesidades o expresión de deseos, o, incluso, en algo tan básico como tener intimidad para poder satisfacerlos.
Por todo ello, debemos hacer educación sexual desde que nacen, primero en la familia y después desde el centro educativo. Pero… ¿Cómo lo hacemos?
Con algunas consideraciones clave que deberíamos tener en cuenta:
- En plural. Es decir, “hagamos lo que hagamos, ya que la forma se adaptará a cada caso, lo haremos entre todos, de manera coordinada, unificando criterios y pautas entre la familia y el centro educativo” (De la Cruz, 2022).
- Con límites. Muchas veces será necesario trabajar de forma explícita lo que se puede y lo que no se puede hacer en función de las situaciones y contextos. Habrá cuestiones, como la masturbación, que sí se podrán hacer, pero en la intimidad, y habrá otras que no se podrán hacer sin consentimiento. También a la inversa, una adecuada educación en estos temas es la mejor forma para prevenir el abuso que pudieran recibir (Couwenhoven, 2013).
- Con un modelo de intervención biográfico y profesional. Atrás quedaron modelos como el Moral, que dirigía la educación al matrimonio; el Médico, enfocado en prevención de embarazos y enfermedades o, el Revolucionario, en el que todas y todos deberíamos tener relaciones sexuales. Hoy, necesitamos un modelo Biográfico y Profesional (López Sánchez, 2012). Biográfico, en tanto que se centra en las características de la persona (deseos, posibilidades y circunstancias); y Profesional, teniendo en cuenta la importancia de este como mediador. Este modelo enfatiza el papel de padres para prestar apoyos y participar en la toma de decisiones en función del grado de autonomía de su hijo o hija, protagonista de su vida sexual.
- Evitando la sobreprotección y represión. La sobreprotección hace que los y las jóvenes tengan limitadas las relaciones con sus iguales fuera del contexto educativo o familiar (López Sánchez, 2012). Es importante darles la oportunidad de establecer relaciones sanas de amistad y en condiciones de igualdad y respeto. Tampoco podemos reprimir la sexualidad, sabiendo que, además, es imposible prohibir algo que forma parte de la persona. “¿Cómo negar o prohibir los cuerpos, el desarrollo, las erecciones, la menstruación, etc.? ¿Cómo negar o prohibir que las personas tengan su propia identidad sexual y orientación del deseo? ¿Se pueden prohibir los deseos?” (De la Cruz, 2022).
- Con mucha naturalidad. Como bien indican Becerra, García y Vázquez (2021) “la actitud de padres y maestros, al hablar de sexualidad, debe ser abierta y generar en el niño confianza y seguridad”. Anticiparnos, educar y, en definitiva, hablar será fundamental para prevenir cualquier problema en este ámbito (Parra, Paz y Ponzetto, 2017).
- Dándoles intimidad. Saber que hay ciertas conductas que requieren intimidad, es importante, pero también darles momentos de intimidad. Los y las jóvenes con discapacidad raramente están solos y, por tanto, no es de extrañar que acaben haciendo públicas conductas que debieran ser íntimas. “Todo lo que se pueda hacer para dar privacidad y dignificar la intimidad está ayudando a la normalización” (López Sánchez, 2012).
- Dignificando sus cuerpos. Hay que darles la misma consideración que a cualquier otra persona para que aprendan a dignificar sus cuerpos y a tener pudor. Si tratamos a los y las jóvenes con discapacidad como si fueran eternamente niños o niñas, sin darles privacidad ni tenerlos en cuenta pensarán que su cuerpo no les pertenece y asumirán como normal acciones como desnudarse en público o que alguien les toque sin permiso.
- Llevando a cabo una educación sexual accesible. Cuando hay dificultades de comprensión del lenguaje contamos con apoyos y adaptaciones, por ejemplo, con el uso de pictogramas y otros apoyos visuales, sensoriales o táctiles. De todas maneras, también debemos tener en cuenta que no toda educación sexual requiere lenguaje como ya vimos en el ejemplo anterior (De la Cruz, 2022).
Estas son solo algunas consideraciones, pero bastan para darnos cuenta de la importancia y la preparación que precisa la educación sexual, en la que no podemos dejar de lado los apoyos necesarios para hacerla posible.
Unos apoyos que también debieran estar reflejados y concretados en la legislación vigente. Pero… ¿Qué dice la actual ley educativa?
En cuanto a la educación formal, la LOMLOE presenta algunas limitaciones.
Si hacemos un análisis del documento encontraremos un tratamiento transversal de la llamada “Educación Afectivo Sexual”, pero este no garantiza su ejecución al no contar con tiempos y espacios concretos, ni con profesorado específico.
Además, haría falta una formación de los profesionales que trabajan en los centros educativos para lograr una sexualidad de estos y estas jóvenes “libre, ajustada a la realidad y coherente con sus expectativas e intereses” (Pérez y Raja, 2019).
La responsable de Educación para la Salud del Programa de la Unesco, Joanna Herat, señaló la existencia de una brecha entre la voluntad política y su aplicación en el terreno [6].
Todavía, falta mucho para llegar a ofrecer esa, hoy, utópica educación sexual a los y las jóvenes con discapacidad, pero no podemos olvidar que será un elemento clave en su calidad de vida y en su desarrollo.
“Ya no es posible el debate sobre si existe la sexualidad o no de las personas con DF. El único debate posible es si la atención o la educación a su sexualidad es buena, mala o regular. Siendo consciente de que cada alternativa nos lleva a un sitio distinto” (De la Cruz, 2022).
Diana Bericochea Álvarez
Notas
- [1]
En los últimos años aparece el término de diversidad funcional para referirnos a personas con discapacidad “reclamando el reconocimiento de su dignidad como una expresión más de las muchas diversidades que en la actualidad son reconocidas positivamente en nuestra convivencia colectiva”(R. D. Susana y F. Miguel A., 2010). No obstante, utilizaremos el término de persona con discapacidad desde una perspectiva de respeto por ser el vigente en la ley actual y evitar la confusión que pueda acarrear el nuevo término.
- [2]
https://educacion-espacial.blogspot.com/2022/10/entrevista-carlos-de-la-cruz-sexualidad.html las próximas alusiones a la entrevista se indicarán como “De la Cruz, 2022”.
- [3]
Título del libro de Carlos de la Cruz “Sexualidades diversas, sexualidades como todas”, Editorial Fundamentos, año: 2018.
- [4]
Félix López Sánchez presenta un listado de falsas creencias sobre las personas con DF y su sexualidad en su trabajo “Educación sexual y discapacidad” (2013).
- [5]
Robert Schalock y Miguel Ángel Verdugo proponen un modelo teórico para medir la calidad de vida de las personas con discapacidad basado en ocho dimensiones y sus correspondientes indicadores. Abogan por un nuevo paradigma que centra su interés en conocer a la persona y ofrecer los apoyos y servicios precisos para desarrollarse, independientemente de sus necesidades de apoyo o momento vital, de ahí su importancia tanto en el ámbito social como educativo.
Bibliografía
- Becerra, M. D. J. C.; García, A. R. V. y Vázquez, M. A. (2021). “La educación sexual en personas con discapacidad”.
- Cahn, L.; Lucas, M.; Cortelletti, F. y Valeriano, C. (2020). Educación sexual integral: Guía básica para trabajar en la escuela y en la familia. Siglo XXI Editores.
- Caricote, E. (2012). “Sexualidad en adolescentes discapacitados”. Salus, 16(2), págs. 53-57.
- Couwenhoven, T. (2013). “La educación sexual es la prevención del abuso sexual”.
- De la Cruz, C. (2018). Sexualidades diversas, sexualidades como todas. Fundamentos.
- Gómez, J. L. M.; De Turia, C. C.; y Cuñat, E. H. (2005). “Educación sexual”. MONOGRÀFIC: DISCAPACITAT intel·lectual, 45.
- Laguado, P. V. (2006). “La sexualidad en la discapacidad funcional”. Revista Ciencia y Cuidado, 3(3), págs. 156-162.
- Ley Orgánica 3/2020, de 29 de diciembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación.
- López Sánchez, F. (2012). “La educación sexual de personas con discapacidad”.
- Monroy, A. (1980). “El educador y la sexualidad humana”. México: Editorial Pax.
- Parra, M. A.; Paz, M. V. y Ponzetto, N. (2017). “Educación sexual” (Doctoral dissertation, Universidad de Concepción del Uruguay-CRR).
- Pérez, M. H. y Raja, E. S. (2019). “Sexualidad y afectividad en jóvenes con discapacidad/diversidad funcional”. Revista de Estudios de Juventud (123), págs. 61-76.
- Ripollés, M. S. A. (2018). “¿Sexualidad en la diversidad o diversidad en la sexualidad? Nuevos retos para una nueva cultura sexual”. Journal of Feminist, Gender and Women Studies (7), págs. 27-36.
- Rodríguez Díaz, S. y Ferreira, M. A. (2013). “Desde la dis-capacidad hacia la diversidad funcional. Un ejercicio de dis-normalización”.
- Sánchez, F. L. (2013). “Educación sexual y discapacidad”. Salamanca, España.
- Verdugo, M. A.; Schalock, R. L.; Arias, B.; Gómez, L. y Jordán de Urríes, B. (2013). “Calidad de vida”. MA Verdugo y RL Schalock (Coords.), en Discapacidad e inclusión manual para la docencia, págs. 443-461.
- Walsh, A. (2000). “Improve and care: responding to inappropriate masturbation in people with severe intellectual disabilities”. Sexuality and Disability, 18(1), págs. 27-39.
- World Health Organization. (2006). Defining sexual health: report of a technical consultation on sexual health, págs. 28-31, enero 2002, Génova.
- https://educacion-espacial.blogspot.com/2022/10/entrevista-carlos-de-la-cruz-sexualidad.htm