Jóvenes tristes, no furiosos
Los jóvenes españoles no desarrollan rabia en una crisis sin culpables evidentes. Al enfado propio de épocas convulsas como la de 2008 le sustituye un desánimo acentuado entre los pertenecientes a la generación Z (de 16 a 23 años).
El impacto de la pandemia en la juventud empieza a ser cuantificable, gracias en parte a los datos que revela un reciente estudio realizado por 40dB (impulsado por la Fundación de Estudios Progresistas Europeos y la Fundación Felipe González, con ayudas económicas del Parlamento Europeo).
A nivel económico, la generación millennial es la más afectada por la pandemia. Los jóvenes han sufrido mayores bajadas de ingresos, recortes de horas de trabajo y, en consecuencia, son los que más gastos han reducido. Pero el enfado no se respira, dicen los datos. Se puede achacar a que los jóvenes no se sienten abandonados por el Gobierno, dado que un 51,6 % de los encuestados se mostró “muy de acuerdo” con que “comparado con la crisis de 2008, en esta ocasión se han puesto en marcha mayores medidas de protección social”. Sin embargo, este dato entra en contradicción con otro que figura en el mismo estudio: el 74,1 % de los encuestados no considera que el Gobierno esté protegiendo a los jóvenes de la crisis generada por el coronavirus.
A pesar de la alta puntuación que recibieron en la encuesta las medidas sociales del Gobierno frente a la pandemia (véanse los ERTE o el ingreso mínimo vital), el cambio en el comportamiento de los jóvenes guarda razones más complejas que una simpatía hacia el mismo.
En un año tan convulso como este, los altercados llenos de rabia se han sucedido tanto en España como en el resto del mundo. Los vimos en Estados Unidos con el movimiento Black Lives Matter, y también en España, a raíz del encarcelamiento de Pablo Hasél.
Sin embargo, la tónica general es un incremento del desánimo, un aumento en los casos de depresión y ansiedad.
Así, un artículo publicado en mayo del año pasado en la revista VICE exponía que “casi la mitad de los jóvenes españoles sufren ansiedad, depresión e insomnio por culpa del confinamiento”. Esta situación viene acompañada de un mayor consumo de sustancias adictivas. Los jóvenes son los que más han empezado o retomado el tabaquismo en el último año. También ha aumentado el consumo de marihuana.
Todas estas tendencias han dado lugar en ocasiones al calificativo, bastante despectivo, de la generación de cristal, que está viviendo la segunda crisis económica de su corta historia y ha sido criticada muchas veces por poner en alza la importancia de una salud mental que cada vez escasea más. En España el sistema de emergencias médicas ha registrado este año un 130 % más de consultas sobre depresión, malestar emocional y ansiedad. El consumo de ansiolíticos se ha disparado. Habrá que comprobar si la lección que hemos aprendido poniendo la salud en el centro de todas nuestras vidas permanece cuando el virus deje de ser una amenaza.